«Colombia mira al futuro con esperanza»

Palabras del ministro Alejandro Gaviria en la Asamblea Mundial de la Salud.

Después de más de 50 años de guerra, los colombianos aspiramos a vivir en un país normal, un país con enormes desafíos democráticos, sociales y económicos, pero pacífico e incluyente. Los colombianos queremos dejar atrás un legado violento. Queremos concentrar nuestros esfuerzos en la ardua tarea de la prosperidad compartida y la equidad social.

Más de medio siglo de un conflicto brutal, asociado inicialmente a la exclusión social y exacerbado posteriormente por el tráfico de drogas, dejó cientos de miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos y millones de desplazados. La mayoría de los colombianos no ha vivido un solo día en paz. Casi todos hemos sido tocados por el conflicto. Casi todos tenemos una historia trágica que contar.

El conflicto afectó la salud pública de muchas maneras. La violencia estuvo asociada, por ejemplo, con un más lento desarrollo cognitivo y emocional de los niños y con un mayor nivel de agresión de las madres en contra de sus hijos. El conflicto afectó también el acceso y la calidad de los servicios de salud y, en general, impidió una presencia más efectiva del Estado en buena parte del territorio.

La firma de la paz brinda una gran oportunidad para remediar esta situación, para cerrar las brechas en los resultados en salud entre las grandes ciudades y las zonas rurales, donde la guerra fue más intensa y devastadora. Un país normal es un país que convierte las desigualdades en salud en un objetivo preponderante, en el principal reto de los años por venir. Ya no hay excusas. La mortalidad materna, por ejemplo, es aún mucho mayor en la periferia que en el centro del país. Lo mismo ocurre con la mortalidad infantil y otros indicadores de salud pública.

Los acuerdos de paz plantean varios retos fundamentales: el fortalecimiento de los programas de salud rural y de atención primaria, la atención psicosocial a las víctimas y un abordaje de salud pública al problema de las drogas. Ya hemos avanzado decididamente en algunas dimensiones. Suspendimos hace dos años (y para siempre) las fumigaciones aéreas con glifosato. Hemos puesto en marcha un programa piloto de salud rural. Y hemos avanzado en la atención psicosocial a las víctimas.

Pero los nuevos retos son inmensos. La normalidad está llena de dificultades. En Colombia, el sistema de salud enfrenta al menos tres retos en el proceso de consolidación de la paz. Primero, la construcción de capacidades en las regiones más aisladas, donde el conflicto impidió una presencia permanente del Estado. Segundo, el entrenamiento y reentrenamiento de miles de profesionales de la salud. Nos faltan psicólogos, enfermeras, médicos familiares, pediatras y otros especialistas con conocimiento práctico y disposición para trabajar por fuera de los grandes centros urbanos. Y tercero, la necesidad de encontrar un balance más adecuado entre la atención primaria y la atención de las enfermedades de alto costo, enfermedades que concentran actualmente una fracción muy alta de los recursos de la salud. Los precios de los medicamentos contra la hepatitis C, el cáncer y algunas enfermedades de baja frecuencia amenazan la sostenibilidad del sistema de salud y por lo tanto los planes y proyectos de salud para después de la guerra.

Los altos precios de los medicamentos podrían desplazar irremediablemente o aplazar por mucho tiempo las inversiones necesarias para la paz y la equidad en salud. Las flexibilidades ADPIC, la competencia de biosimilares y la transparencia en los costos de la investigación y desarrollo son fundamentales para garantizar unos precios justos y pagaderos. Esta Organización debe jugar un papel preponderante para buscar soluciones a un problema global con inmensas repercusiones locales. Las recomendaciones del Panel de Expertos convocado por el Secretario General de Naciones Unidas son un buen comienzo.

Sea como fuere, la paz debe ser irreversible. Como lo señala el objetivo 16 de la Agenda 2030, los países tenemos la responsabilidad ética de “promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible”. Atrás quedó un legado de dolor y sufrimiento. Los colombianos, conscientes de los desafíos del futuro, pero confiados en nuestras capacidades colectivas, aspiramos a convertirnos en un ejemplo para el mundo en la construcción de paz y el progreso de la salud pública. No aspiramos a menos. Muchas gracias.

Fuente: Ministerio de Salud 

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